TOMÁS GISMERA VELASCO.
Del libro:
“Narrillos del Alamo, una mirada
atrás”.
Tomás Gismera Velasco.
Guadalajara, 2011.
LA COFRADIA DE LA SANTA VERA CRUZ DE
NARRILLOS DEL ALAMO
(AVILA)
Son los predicadores franciscanos del
convento de Bonilla de la Sierra quienes introducen en la comarca el culto a la
Vera Cruz, fundando en la iglesia de Narrillos, al mismo tiempo que lo hacen en
la de Mercadillo, la cofradía de dicho nombre, a la que según los tiempos se
denomina “de la Vera Cruz”, de “la Sangre de Cristo” o de “la Cruz de Nuestro
Señor”. A pesar de referirse a la misma.
No nos han llegado completas sus
constituciones primitivas, a pesar de conservarse los datos suficientes como
para hacernos una idea de lo que fue y significó para un pueblo como Narrillos
del Álamo. Ya que parte de aquellas se trasladaron al libro de la fundación en
1624, siendo aprobadas por el entonces obispo de Ávila don Francisco de
Gamarra.
Los datos ciertos con los que contamos
remontan su origen a los primeros años del siglo XVI, estando plenamente
constituida en 1550, para dar culto al Señor y acompañar los oficios de Semana
Santa, principalmente Jueves, o Jueves de la Cena, y Viernes Santo, días en los
que los hombres del pueblo se entregaban al acompañamiento religioso en la
iglesia y fuera de ella.
Formado su cabildo por doce hombres,
presididos por un Alcalde o Hermano Mayor, a la cofradía pertenecían la
práctica totalidad de los varones del pueblo, algunas mujeres e hijos varones,
celebrando una asamblea anual en la que se renovaban cargos, se rendían cuentas
y se acordaban oficios de difuntos por los fallecidos. Reunión anual celebrada
coincidiendo con el día de la Santa Cruz de Mayo, tras la que tenía lugar una
colación general en la casa propia, levantada en el siglo XVI en la entonces
plazuela del Ejido, con donaciones hechas por los propios cofrades, quienes a
su vez mantenían en la iglesia la capilla del Señor.
La colación general, o fiesta de la
Hermandad en el día de la Santa Cruz de Mayo, tenía características de fiesta
local, sacrificándose, para la comida de la Hermandad, una vaca. Lo que nos da
cuenta del alcance tanto de la fiesta, como del número de sus componentes.
Se trataba de una cofradía de
disciplinantes, estando obligados todos los cofrades a la asistencia a los
oficios religiosos que tenían lugar la tarde noche de Jueves Santo, donde los
doce cofrades que en ese momento componían el cabildo o junta directiva, ocupaban
lugar privilegiado dentro de la iglesia, y en los que se significaba el lavatorio
de pies por el sacerdote o predicadores, llegados para la ocasión.
Tras aquello, se reunían en una vigilia
general que duraba toda la noche, y en donde, al tiempo que velaban el “monumento
del Santísimo”, procedían a rezar por el alma de todos aquellos cofrades que a
lo largo del tiempo habían ido encargando estos rezos, consistentes en padres
nuestros y ave marías, al momento de su fallecimiento. A cambio de los rezos
habían entregado a la cofradía algunos bienes que, puestos a censo, contribuían
al pago de los oficios, así como al del entierro de aquellos cofrades que no
disponían de caudal suficiente para dignificarlo. Todas aquellas mandas y rezos
eran anotados convenientemente en los libros de cuentas de la cofradía que,
periódicamente, eran inspeccionados por el Visitador Eclesiástico de la
Diócesis.
Eran igualmente los cofrades los
encargados de trasladar a la iglesia el cadáver de los que a la cofradía
pertenecieron, habiendo acompañado en vida al enfermo por riguroso turno
nombrado por el alcalde o prioste de la cofradía, de la misma manera que habían
participado del velatorio, en el que se comía y bebía a la memoria del difunto,
reuniéndose con el mismo fin tras el funeral.
La noche del Viernes Santo celebraban
una procesión de disciplina y penitencia “hasta la cruz del camino”, tras la
suya propia, en la que simbolizaban el entierro del Señor.
Estaba presidida, como anteriormente
señalamos, por un alcalde o prioste, cuyo cargo se renovaba anualmente; dos
mayordomos, dos mullidores encargados de los avisos y siete diputados,
encargándose mayordomos y alcalde de que se cumpliesen sus constituciones y
ejerciendo a modo de administradores temporales de unos bienes que, con el
tiempo, llegaron a ser cuantiosos, principalmente en tierras de labor y prados.
Todos los miembros de la cofradía
estaban obligados al cumplimiento Pascual, de lo que había de dar razón el
propio abad de la misma, simbolizado en el párroco de la población, teniendo
una confesión y comunión general oficiada habitualmente por los predicadores
franciscanos que dirigían, tanto la procesión de disciplina, como sus rezos.
Son decenas las donaciones que recibe,
la inmensa mayoría a cambio de rezos la noche de jueves Santo, en la iglesia
parroquial: Vicente Hernández, en el mes de noviembre de 1757, a cambio de que perpetuamente
los Jueves Santo de cada año les recen los hermanos de la cofradía un padre
nuestro y un avemaría, entrega una tierra en los Valles, de media fanega, y
otra en los Redondos, que hace una fanega de centeno.
Santos Martín Prieto, en julio de 1768,
una tierra en la Herrera, de dos fanegas de trigo, a cambio de dos padres
nuestros y dos avemarías la noche del Jueves Santo.
Francisco Martín, en febrero de 1627,
ordena a la cofradía de la Cruz de este pueblo de Narrillos y a la misma del de
Mercadillo, todos sus bienes tierras, a cambio de tres pater nosters y sus
avemarías, todos los jueves santos.
Paula García, en febrero de 1777, deja
una tierra en los Valles, en lo angosto de la Serradilla, que hace media
fanega, con la carga de un paternóster y avemaría la noche del Jueves Santo de
cada año.
Roque Díaz, en agosto de 1751, una
tierra en la Fuente de la Herrera de una fanega de trigo.
Así hasta más de un centenar.
A la cofradía podía pertenecer cualquier
hombre del pueblo, mayor de edad, a condición de cumplir las ordenanzas, ser
avalado por dos cofrades antiguos y comprometerse a cumplir todo lo ordenado en
sus constituciones, además de entregar una libra de cera y una cuartilla de
trigo o su valor en dinero, de lo que estaban exentos los sacerdotes, a cambio
del rezo gratuito de un oficio de difuntos.
EN TORNO A LA VERA CRUZ
La transcripción de su documento
fundacional reviste un interesante carácter etnográfico:
“En el nombre de Dios todopoderoso y de
la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Spíritu Santo, tres personas distintas
pero un solo Dios verdadero y a gloria y honra de la Gloriosa Virgen María y a
gloria y honra de todos los santos, tenemos por bien que a mayor honra de Dios
nuestro señor fundamos la presente cofradía…”
La relación de hermanos más antigua que
se conserva es la correspondiente a 1646, tomada el 15 de mayo, en su inmensa
mayoría, hijos y familiares de los fundadores.
El objetivo principal de la cofradía,
como ya señalamos, es el de rendir culto a la Vera Cruz en la Semana Santa,
tanto con rezos, procesiones, como disciplinas. Constituciones cuentan con
veinte “órdenes” o capítulos, en los que van señalándose las obligaciones de
los cofrades, tanto en el tiempo pascual, como fuera de él. Hacen referencia
los cuatro primeros a la clase de cofrades que la constituyen, hermanos de cera
y hermanos de disciplina; siendo los primeros, durante los oficios y procesiones,
portadores de “una candela encendida que ilumine la procesión a gloria de
nuestro señor”.
Todos los hermanos mayores de veinte
años y menores de cuarenta han de acudir, las noches de Jueves y Viernes Santo,
a la procesión, tras el pendón y la cruz propias de la cofradía, “delante de
los pasos”, con las caras cubiertas, y cubiertos los cuerpos por hábito
franciscano, a excepción de la espalda, que debe de ir desnuda y que ha de
recibir “la disciplina”, en modo de penitencia, golpeándola con un látigo de
cuero.
Ninguno de los hermanos de disciplina,
so pena de expulsión, puede faltar a la procesión, y al castigo propio, salvo
exención dada por el abad de la cofradía, y previo pago de la correspondiente
bula. Igualmente quedan exentos del castigo corporal los enfermos. A cambio,
unos y otros, han de cumplir otro ritual:
“Y tenemos por bien que si por enfermedad
o por obligación o por licencia, alguno de los cofrades no viniere el día de jueves
de la cena a hacer la disciplina, que sean obligados a hacerla dentro de la
iglesia de dicho lugar dando cinco vueltas a la iglesia, saliendo desde la
capilla del crucifijo otro dia cualquiera haciéndolo saber al mayordomo y al
cura y quien no lo
hiciere pague de multa dos libras de
cera”.
De la categoría de los castigos que se
infligían da cuenta el hecho de que, en las cuentas de la cofradía, se anotan
los gastos correspondientes al “cirujano” y a las medicinas necesarias para
restallar las heridas:
“Más es data treinta maravedíes que tuvo
de costa el lavatorio para los hermanos de disciplina, inculsos todos los
accesorios de cirujano e ingredientes de botica”.
Por supuesto que a la procesión y
distintos actos, han de llegar los hermanos con el correspondiente cumplimiento
pascual:
“Y tenemos por bien que por siempre
jamás, a honra y gloria de Dios, en dicha procesión se haga la dicha disciplina
y más plegarias a mayor gloria de Dios, y pedimos que todos los cofrades sean
obligados de venir confesados para el dicho día Jueves de la Cena en la dicha
procesión, bajo la pena de una libra de cera para la dicha cofradía y para
hacerlo cierto vendrán con cédulas de sus confesores, que mostrarán al fiel de
fechos de la dicha cofradía”.
La procesión de la disciplina irá
siempre encabezada por los hermanos de mayor edad, que impondrán el orden y
silencio:
“Y ordenamos que los que fuesen rigiendo
en la procesión sean viejos y puesto que no se dirá por palabra, señalen a
aquellos que no cumplan los preceptos”.
Nada se dice en cuanto a las imágenes
que pudieran salir en dicha procesión, salvo las referencias a su propia cruz y
estandarte, no obstante, si nos atenemos a lo que consta en los libros de
cuentas, referente al paso que se hace a quienes portan las imágenes, hemos de
entender que esta iba acompañada por un Cristo Yacente y una imagen de la
Dolorosa o de la Soledad, cuyas imágenes consta que se encontraban en la
parroquia en su correspondiente altar llamado “del Cristo y de Nuestra Señora
de la Soledad”.
Dicha procesión transcurría en total y absoluto
silencio. Para ingresar en la cofradía, a mayor gloria de Dios, y para los
gastos de la misma, cada uno de los hermanos ha de pagar seis maravedíes, más
las multas que se les impongan por falta de respeto, orden, o asistencia a alguna
de las reuniones.
“Y el que fuere rebelde pague doscientos
maravedíes para cera y misas de la hermandad y sea munido por los cuatro diputados”.
Heredándose, so pena de agravio público,
las deudas: “el hijo pague lo que el padre deba, enfermos y viejos sus hijos en
su lugar”.
Se desprende de las sucesivas cuentas,
actas y amonestaciones que, tras las procesiones, rezos y disciplinas, los
cofrades se reúnen en su casa propia “a beber y platicar sin licencia, y en
presencia del cura”.
Por vez primera el obispo Francisco de
Rojas y Borja, el 13 de abril de 1673, llamará al orden a la cofradía, a través
del licenciado Santos García de Cimadevilla, Comisario del Santo oficio y
Vicario perpetuo de la villa de Madrigal:
“Por cuanto su señoría ilustrísima ha
tenido noticia de que en este lugar, el día de jueves santo de cada un año hay
un abuso e indecencia grande de que la Cruz y algunas Insignias de la Parroquia
y el cura y sacristán van a una casa particular donde se juntan los hermanos de
la disciplina y los llaman y acompañan a los hermanos a tal casa, donde se hace
la plática y juramentos, so pena de excomunión mayor, sentenció que dicho cura
no salga con la cruz ni traiga insignia ni de lugar a ello sino que solo en la
iglesia, después de juntos se les haga la plática y desde allí comience la procesión
prosiguiendo por los pasos acostumbrados, y los unos y los otros lo cumplan so
la dicha pena”.

Orden que será nuevamente dictada en 1701
por el obispo Gregorio de Solórzano: “Otro si manda su señoría ilustrísima que
de aquí en adelante persona alguna sea osada a sacar de la casa de la cruz trastos
ni alajas que en ella halla propias de su cofradía con título ni pretexto alguno
so pena de excomunión mayor y bajo de ella no se hagan en dicha casa bailes,
juegos, comidas ni otras funciones profanas ajenas a la veneración que se debe
de tener y solo se tenga habío de hacer en ella los ayuntamientos de justicia
que parece tienen”.
La cofradía, que mantendrá sus funciones
hasta la mitad del siglo XIX, unida ya a la del Santísimo, perdidos sus bienes,
estaba obligada a correr con los gastos de entierro de los hermanos difuntos, celebrando
con toda solemnidad la festividad de la Santa Cruz de Mayo, donde los hermanos
tenían una cena de hermandad en la que como ya dijimos, se sacrificaba, para
consumirla entre todos, una vaca.