De todo un poco, podríamos titular el asunto, lo contó la prensa, hace algo más de cien años, diciendo, textual:
“LLámase Pedro,
como el primer jefe de la iglesia católica y allá, en Narrillos del Álamo, obispado
de Avila, ejercía la cura de almas. Recientemente había sido trasladado a
Bonilla de la Sierra.
En la iglesia de
Narrillos existía una imagen cuyo mérito artístico había sido apreciado por
esos andariegos anticuarios que persiguen con rara tenacidad las
manifestaciones del arte de las edades que pasaron.
Comprendió el cura
que del santo con tanto empeño examinado, podía sacar dinero y se decidió a
venderlo si la oferta le llenaba el ojo.
Llegó al pueblo un
anticuario madrileño y después de mucho tira y afloja en el ajuste quedó
cerrado el trato, hubo su correspondiente alboroque en la rectoral y el anticuario,
mediante seis mil pesetas, que en moneda de ley soltó al párroco, cargó con el
santo, y a Madrid que fue a parar.
Más de las seis mil
pesetas hubiera sacado el cura vendedor; pero el comprador reparó en que el
santo estaba manco, y esta inutilidad la utilizó para afinar el regateo, no
pasando de las seis mil pesetas.
Al poco tiempo
enteróse el vecindario de la jugada, y como la imagen estaba tenida en gran
predicamento porque milagreaba extraordinariamente, dieron cuenta al obispo y
al apercibirse el cura de que el escándalo trascendía, recordando que en las bóvedas
de la iglesia había otro santo que podría confundirse con el vendido, de
acuerdo con el sacristán lo limpiaron de las impurezas que tenía adheridas y lo
colocaron en el retablo, alegando que había desaparecido accidentalmente para
convertir a pecadores de extramuros.
Pero no faltó un
feligrés que hizo notar que muy bien podía haber ido el santo a entenderse con
algún inteligente y hábil ortopédico para que le colocase el brazo de que carecía
pues el cura había olvidado la manquedad de que adolecía el sustituto.
Al día siguiente
desapareció también el sustituto y la explicación que se le ocurrió al
sacerdote fue la de decir que lo remitió a un escultor de Madrid para que le
arreglasen la imperfección del brazo, dándose maña el cura para que le
facilitasen un recibo expresivo de que tenían un santo con un brazo roto para
arreglarlo.
Pasó el tiempo, y
escamado el vecindario de que se había echado tierra al asunto porque ni el
santo auténtico ni el de la falsilla ni las seis mil pesetas aparecieron fueron
al juzgado de Piedrahita con la historia…
Como los vecinos
sabían el nombre y domicilio del anticuario comprador fue citado este por
exhorto y declaró que en efecto era cierto el hecho y que el cura le había
rogado deshacer la venta devolviéndole las seis mil pesetas e indemnizándole
los perjuicios a cambio de la imagen vendida y que no había podido complacerle
porque a los pocos días de comprar la imagen la había vendido a un inglés en
veinte mil francos.
El Juez dictó auto
de procesamiento contra el cura, acordando su encarcelamiento, y en la cárcel
de Piedrahita está el pater entreteniéndose, suponemos, en filosóficas
consideraciones….
El santo vendido
estará en Londres, pasando la pena negra por verse alejado de la solicitud
cariñosa de sus devotos y no muy agradecido del cura vendedor por no haber
establecido siquiera como cláusula del contrato de venta la prohibición de que
no fuera a parar a manos protestantes”.
Cosas de la
historia de Narrillos del Álamo. Por cierto, el suceso tuvo lugar en el año
1904.
Tomás Gismera
Velasco